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La historia

Sus Inicios
A mí me echaron del colegio, porque según los religiosos sólo era bueno para dibujar, (medio tonto, según ellos). En el Liceo Fiscal, me ampliaron la mentalidad con una educación más humanista, incentivando mis capacidades personales. Y fue la primera vez que conviví en el colegio con mujeres, porque era felizmente mixto (comencé a civilizarme!).
Siempre quise dibujar; el bachillerato lo aprobé en 1960 con el mínimo puntaje y me matriculé en Artes Aplicadas en la Universidad de Chile. Quería dibujar y ansiaba hacer afiches. Mi madre me decía “tú vas a ser dibujante comercial”, cuando aún no existía la palabra diseño. En artes aplicadas al principio estudiaba “Decoración Interior”, y en segundo año elegí el taller de “Afiches y Publicidad”.
A los 15 días de clases en el taller de afiches me di cuenta que “el catedrático” que estaba al mando no tenía experiencia en gráfica y menos en afiches. Me acerqué mucho a Waldo González, profesor que me formó dentro de la escuela. Él nos enseñaba Dibujo Aplicado, el método para aprender a observar y sintetizar. Comenzabas dibujando una conchita detalladamente, y después de 30 o 50 dibujos, con dos líneas tenías que llegar a la síntesis gráfica de la conchita. Waldo fue mi tutor académico y somos amigos hasta la fecha.
En tercer año (1962), me llamó el director de la Escuela y me dijo que no podría seguir rechazando al “profesor de afiches”. Me propuso irme a trabajar al departamento de Extensión Cultural de la Universidad de Chile, para diseñar e imprimir allí todos los afiches y programas que editaban cada mes. El director me indicó que no me preocupara de las notas, podría ir a las clases en las mañanas, y en las tardes trabajar para la oficina de extensión cultural, siempre que trajera mis muestras impresas, a partir de las cuales me pondrían las notas del taller.
Desde ese año no fui más al taller, nunca me titulé. Cuando terminé cuarto año (1964), ya tenía 30 afiches impresos y muchos folletos de Escuelas de Temporada distribuidos por todo Chile. Estaba metido en el rodaje gráfico en que permanezco “entretenido” hasta hoy, 55 años después.
 
¿Trabajabas solo?
Partí solo. Mi jefe en extensión, Ricardo Vergara Rossi, me dio mucha libertad y responsabilidad, me dijo “tú vas a decidir lo que se imprime”. Después de tres años en Extensión, renuncié y formé mi propia oficina en Huérfanos con Ahumada, allí se unió a trabajar mi hermano Antonio y formamos nuestro laboratorio fotográfico “Leitz”. Casi todas las fotos, de Víctor Jara, Quilapayún, Inti-illimani y otros músicos, las hizo Antonio. Los empaques de vinilos de la Nueva Canción Chilena las diseñamos en equipo con Luis Albornoz.
La Nueva Canción Chilena y la Unidad Popular se nos terminan el 11 de Septiembre del '73. Todo lo que produjimos en ese periodo (150 afiches, 100 tapas de discos) fue con el simple propósito de que los entendieran por igual todas las personas y se sintieran identificados con sus raíces culturales chilenas y latinoamericanas.
Ya son 55 años en ese empeño de diseñar gráfica atractiva que sea comprendida por toda la audiencia. Nos dimos cuenta en 1985 que nuestro trabajo de los años 70 se había convertido en parte de la memoria colectiva de Chile y que había traspasado las fronteras como componente de su identidad. Esos afiches se distribuían y regalaban en los espacios públicos de todo el país. Eran tiradas de 30.000 a 50.000 ejemplares. Los discos alcanzaron muchas veces cifras de 10.000 copias y más.


 
El afiche chileno era ameno, alegre, simple y positivo…
Decidimos conscientemente no hacer gráfica odiosa, dogmática ni violenta. Elegimos no copiarle los puños cerrados al socialismo de la Unión Soviética. Lo más fuerte que diseñamos en términos políticos fue el disco, “X Vietnam” y el “Basta” con el gorrión muerto, ambos para Quilapayún. Asumíamos libremente las decisiones de cual diseño imprimir.
El propósito de hacer diseño atractivo y positivo funcionó bien, había gente opuesta al gobierno de Allende quienes tenían el afiche de la “La felicidad de Chile comienza por los niños” en el dormitorio de sus hijos. Así logramos llegar a todo Chile. El sistema de diseño era simple: cada uno hacía un boceto con el tema encargado, los poníamos sobre la mesa y elegíamos cuál era el concepto que mejor funcionaba. Las decisiones eran rápidas y pragmáticas. El ego no primaba. La función comunicacional venía primero y luego la estética. Sin descuidar detalles.
Diseñábamos en equipo, sumando habilidades. En algún momento colaboraron Hernán Venegas, Ximena del Campo y Mario Román (ex alumnos).
 
Entendemos que fuiste influenciado por la gráfica hippie y el cartelismo cubano, ¿lo ves así? En ese caso, ¿quiénes fueron tus referentes?
Antes y mucho más que el hippismo, el primero que me impresionó fue Saul Bass —en “West Side Story”, él diseña los títulos para la película—. Saul hizo muchos afiches de cine, mucha titulación de películas y marcas, su trabajo pionero y riguroso me marcó desde cuando estaba en el colegio en San Antonio.
En esa época (años '50), yo miraba constantemente revistas norteamericanas: Colliers, Post, Life, National Geographic y otras. Eran mis fuentes de educación visual. Intuía que me estaban guiando hacía mi futuro profesional.
Los afiches de principios de la Revolución Cubana los observé con mucho respeto, y los sigo admirando hoy. También me influyeron los afiches polacos culturales, y muchos carteles alemanes. Leía Gebrauchgrafic de Alemania y Graphis de Suiza. Visitaba mucho la biblioteca en la escuela y allí me concentraba en la observación de los buenos resultados y sus metodologías.
Por esa observación constante aprendí a distancia de diseñadores famosos: el italiano Piatti, los norteamericanos Lubalin, Paul Rand, Milton Glaser, Seymour Schwast, Ben Shahn. Veía trabajos muy bien resueltos, que comunicaban eficientemente. Waldo González (Polla), José Messina (Teatro Antonio Varas), Rafael Vega Querat, fueron mis guías y ejemplos locales. Aprender de la capacidad de síntesis de esos maestros, fue el objetivo a lograr. Si la audiencia entiende tu trabajo, has cumplido bien tu función profesional y social: comunicar sin confundir.
Parte de mi metodología de diseño viene del periodismo. Las jóvenes periodistas de la oficina de Extensión Cultural donde trabajé me decían: “involúcrate en el tema, y después, sintetiza toda la información, y vuelve a sintetizar”. Eso implicaba horas de trabajo conceptual y mucho dibujar. Un concepto tarda en formarse. Hay que dejar que el cerebro tome su tiempo hasta que madure la idea y esté lista para su uso práctico. Todas las ideas son perfectibles. Las formas de ver y diseñar evolucionan, es parte de la vida. No hay buen diseño sin culturización profunda y selectiva en el tema encargado.
 
Considerando el apagón cultural y las limitaciones de expresión durante la dictadura ¿qué sucedió entonces con el “cartelismo”? ¿Existía el “cartelismo” clandestino? Y, posteriormente, ¿cómo fue su resurgimiento? ¿Renació con el fin de la dictadura? 
El 11 de Septiembre nosotros perdemos nuestros principales clientes: el gobierno de la Unidad Popular y el sello discográfico DICAP. Con los afiches paramos, pues no estaba permitido pegarlos en las calles, y los discos sólo se editaban uno o dos al año (sólo instrumentales). Empezamos a trabajar en proyectos más comerciales, en Chile se instala el libre mercado. Diseñamos muchas marcas, folletería, envases y etiquetas de productos. Numerosos empresarios entendieron la ventaja de poseer una buena imagen corporativa. A la fecha hemos diseñado unas 400 marcas.
 
¿Cómo ves el desarrollo del cartel hoy? 
Actualmente hay cartelistas, ilustradores, diseñadores y tipógrafos de excelencia, provocadores visuales de alta calidad y muy rigurosos: Julián Naranjo, Mario Cárdenas, Rafael Edwards, Diego Becas, Tomás Ives, Benjamin Diéguez, Mariano Ramos, Francisco Javier Olea, Pancho Gálvez, Rodrigo Ramírez y muchos otros jóvenes, todos gráficos talentosos
y productivos. Sin embargo, en Chile faltan buenos espacios para mostrar sus trabajos. En los muros destaco la calidad y aporte de Mono González, Inti, Pikay, Aner, Juanita Perez, Matu, Ekeko, Dasic Fernandez y otros jóvenes bien dotados que nos brindan belleza y diversidad en el espacio público chileno y también exportando su habilidad a muros de todo el planeta. Ejemplos sumados a lo anterior: el equipo humano que diseña y diagrama esta revista, el tremendo aporte de quienes re-inventaron la imagen del vino chileno a través de sus etiquetas y la explosión del excelente diseño tipográfico. Todo esto es un “suma y sigue” de muchos jóvenes que hacen gráfica de calidad y perseveran en ello.